“Con el total realizable de mis bienes se procederá como se expresa a continuación: El capital se invertirá por mis albaceas en valores seguros, y constituirán un fondo cuyos intereses se distribuirán anualmente en forma de premios a aquellos que, durante el año precedente, hayan proporcionado mayor beneficio a la comunidad. Dichos intereses se dividirán en cinco partes iguales, que se distribuirán del modo siguiente: una parte, a la persona que haya hecho el descubrimiento o la invención más importante en el campo de la física; una parte, a la persona que haya hecho el descubrimiento o progreso más importante en el de la química; una parte a la persona que haya hecho el descubrimiento más importante en fisiología y medicina; una parte, a la persona que haya producido en el campo de la literatura la obra más sobresaliente de tendencia idealista, y una parte, a la persona que haya hecho la mejor obra en pro de la fraternidad de las naciones, de la abolición o reducción de los armamentos permanentes y de la celebración o promoción de congresos de paz.
En estos términos estaba redactado el testamento de Alfred Nobel, el recalcitrante misógino y hombre contradictorio que empleó su vida en la fabricación de explosivo, para, a su muerte, dedicar la fortuna resultante a la creación de los premios internacionales, que aún llevan su nombre.
Nació en Estocolmo el 21 de octubre de 1833. Su padre, Inmanuel Nobel, hombre de escasa cultura, pero de gran genio natural, fundó importantes empresas dedicadas a la producción de armamentos en Rusia.