El día en que su institutriz, por mandato de su madre, le dio a conocer su alto destino de reina, comentó cándida y azoradamente: “Seré buena”. En efecto, Victoria demostró ser una educanda aprovechada cuando a la muerte de su tío, Guillermo IV, pronunció su primer discurso público destacando su agradecimiento a los desvelos de su madre por haberle inculcado un sólido espíritu de servicio a su pueblo.
Desde los dieciocho años en que subió al trono, hasta los ochenta y dos en que murió, siguió a rajatabla las divisas capitales de su educación: religión, familia y trabajo, todo ello considerado bajo el más estricto prisma de austeridad.